16 Sep ¡AY, MAMÁ!
Tengo muchos sentimientos encontrados, no sé si reír, llorar, alegrarme… Se me ha dificultado escribir, espero finalizar este blog con mucha fortaleza y agradezco permitirme compartir mi breve historia.
Hace 29 años atrás, yo nací sorda completa, en la cual me críe con una familia oyente y de clase media. Desde muy temprana edad, practicaba lenguaje en señas… Me sentía incómoda por ser centro atención de tantas miradas fijas y de burlas, debido al ser una niña diferente. Dejé de practicarlo, aunque sufrí y batallé para lograr ser una niña normal, ni apenas pronunciaba bien las palabras.
Yo empecé a utilizar unos dispositivos auditivos a los 16 años, lo primero que escuché fue la voz de mi madre, llamando por mi nombre “Marta”. Yo realmente me asusté, empecé a llorar de la emoción que por fin puedo escuchar la voz de mis seres queridos. Desde ahí, empecé a mejorar mi forma de hablar y de escribir, aunque cada día aprendo más palabras nuevas.
Mientras me adaptaba, aprendía asimilar los ruidos, diferenciaba las palabras similares y me escuchaba yo misma hablar y luego me reía… Lamentablemente recibí una noticia drástica de mi abuela indicándome que mi madre falleció repentinamente, yo apenas empezando mi primer año universitario. Mi abuela fue mi fortaleza, mi alegría y mi gran protectora.
Gracias a esos aparatos auditivos pude escuchar sus mejores consejos, bromas y chismes (ja, ja, ja…) de abuela. Ella siempre confió en mí y siempre me decía que yo era una mujer con problemas auditivos que podía lograr y alcanzar todas mis metas. Realmente si atravesé por varias dificultades, obstáculos, discriminaciones, pero nada fue imposible. Le demostré todos mis logros a mi abuela que fui admitida en una universidad prestigiosa, mostrando todas mis medallas de excelencia académica, premios de reconocimiento y con un título universitario. Abuela muy agradecida, se expresó: “Me siento muy orgullosa de ti, haz logrado muchas cosas y tu impedimento no te limita”.
Finalmente, mi abuela Martina estaba muy enferma, me animé para darle una buena noticia que fui admitida a un internado y viajaré a Estados Unidos. Su semblante cambió de dolor a felicidad, le dejé saber que volveré rápido a verte y me esperó ansiosamente…
Cuando regresé a Puerto Rico, primordialmente fui a visitar a mi querida abuelita. Ella lucía muy cansada, sin importa me recibió con los abrazos bien abiertos y me apretó llorando por varios minutos. Fue muy chocante para mí, mostrando mi fortaleza, aunque mi interior estaba destruido en mil pedazos, debido a que ella me confundía frecuentemente con mi difunta madre.
Me acosté a su lado, empecé a conversar con ella sobre mi internado y mi viaje a Colorado. Mostrándole diversas fotografías de mis estadías, mis travesuras, mis compañeros, nuevas amistades, entre otras cosas… Mientras transitaba fotografías, me fascinaba contemplar su hermoso rostro sorprendida y le mostré un mini video de mis compañeros jugando “Jenga”, en la cual me tranquilicé a escuchar sus risas a carcajadas.
Las últimas dos fotografías que le mostré a ella fue un paisaje donde aparecían unas cabañas y el amanecer espectacular en Cal-Wood, en esa foto del amanecer había una muchacha caminando hacia sol, rápidamente abuela reconoció: “Esa es mi nieta hermosa, esa eres tú…”.
Luego de tener una larga charla con ella sobre lo que pasé el internado, me dirijo a mi cuarto para hacer mis trabajos de la universidad, donde varios minutos después mi padre la va a ver y me notifica que mi abuela había fallecido. Me siento triste porque no la voy a tener más a mi lado recibiendo sus consejos, al mismo tiempo estoy feliz porque ya descansa y pude demostrarle que lo que ella me había dicho de que yo podía lograr mis metas se había cumplido.
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